
Ayer negué tu dolor.
Y escocía como una herida cerrándose.
Dolía más que aquella noche
en la que quiso venirse conmigo,
y más incluso que cuando me dijo
que se iría por última vez.
Y al cerrarse la herida
sentí como ardía la carne seca.
El olor de la piel al curarse.
El renacimiento de la sangre.
Desnudos, lloramos toda la noche
hasta dolernos los ojos.
Y así, casi sin horizonte ni ojos,
tu dolor y yo nos velamos por última vez.
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